Cuando no tienes nada que demostrar
Creo que no hay nada peor que cuando ya no tienes nada que demostrar. Y me refiero, por supuesto, a ese momento vital —lánguido, dorado y ciertamente antipático— en el que te conviertes en una figura de cera que bosteza en eventos de élite. Alguien dormido entre sets como un conde sin siervos ni interés…