La elegancia de las conversaciones que no llegan a nada
Hay cenas donde el azar te sienta al lado de alguien con quien no hay química ni tema, más cruel incluso que cuando te toca un auténtico desconocido. Y sin embargo, hablas. Del clima, del vino, de algo que leíste una vez. Sonríes en los silencios, asientes con cuidado, sostienes el hilo invisible de la educación.
Hay una elegancia sobria y nada sofisticada en no huir, ni siquiera hacia adelante, en saber habitar lo incómodo sin torturarte. En entender que no toda conversación busca un eco. Algunas solo piden pasar con dignidad. Siempre me ha encantado una mesa larga de refectorio, impecablemente dispuesta, con mantelería tersa, copas y cubiertos, y un orden dispuesto para la mirada de una revista, plagada de personas que nada tienen que ver entre sí, salvo el momento.
Uno puede convertirlo en una velada elegante, en un sopor, o en la cena de la película La Soga.
Hasta lueguito, joder.