Leer en un café es uno de los placeres más difíciles de encontrar y también uno de los más frágiles. No todos sirven. La mayoría suena demasiado: los platos chocan, la máquina de café tose, los camareros van y vienen con prisa. Y está bien que así sea; el café vive de su propio ruido, de su movimiento.
De vez en cuando aparece uno de esos cafés en los que se habla lo justo, el café llega a su temperatura y el sonido del mundo se queda un poco más lejos.
Cada página se mezcla con el ir y venir de desconocidos que no saben que forman parte de tu momento.
Encontrar ese café perfecto no es nada fácil, pero cuando ocurre se siente como haber hallado una esquina del mundo donde todo encaja. Y si además la taza obedece a mi TOC, entonces sí, uno alcanza el nirvana.
Hasta jueguito, joder.