Puedes leer una novela, ver una película o terminar un artículo, pero hay días en los que nada entra, nada se queda. Miras las páginas y las palabras se deshacen como arena entre los dedos. La trama que llevabas meses esperando ver en la pantalla se convierte en ruido, en imágenes lejanas que no logran tocarte. Estás frente a algo que debería emocionarte, pero dentro solo hay silencio.
Es una experiencia extraña: lo que antes te llenaba ahora resbala, como si tuvieras un filtro invisible entre la vida y tú. Quieres atender, quieres perderte en esa historia, pero la atención se escapa, ligera, como humo. Y en esa fuga aparece un vacío: un recordatorio de que incluso los placeres más esperados pueden volverse inaccesibles.
Es como subrayar una frase hermosa en un libro y descubrir que ya no significa nada. Como escuchar tu canción favorita y sentir que no te dice lo mismo. Ese vacío es discreto, pero pesa, porque te roba lo más sencillo: el disfrute de estar presente en lo que amas.
Hasta lueguito, joder.