La gente que se queda un rato más suele ser la que sabe irse a tiempo.
Hay elegancia en quienes no se van de inmediato y saben elegir cuándo hacerlo.
Los que ayudan a recoger la mesa sin que nadie lo sugiera. Los que no miran el reloj cuando la noche ya no promete nada. Los que aprecian cada detalle.
Son unos cuantos elegidos los que saben que una cena no acaba con el postre, sino con el silencio tibio después de las risas, cuando la conversación va decreciendo de forma natural.
Mientras otros huyen al primer bostezo —aquí, un culpable—, ellos se quedan un poco más, joder, parece que intuyen que algo va a pasar justo cuando parece que todo se ha apagado.
Un gesto a medio camino entre ternura y lealtad.
Una forma de afirmar no tengo prisa por irme del lugar donde de verdad me siento a gusto.