Contra la vulgaridad del verano: un inventario personal (y sin clemencia)
El verano no termina de convencerme. No tanto por el calor —que también—, sino porque se ha degradado hasta convertirse en escenario de épicas menores: un idilio, un viaje, un desastre. Yo resisto desde Cantabria, por capricho y estrategia: pocas regiones permiten el lujo de leer en el punto exacto de temperatura. Mientras otros se…