El verano no termina de convencerme. No tanto por el calor —que también—, sino porque se ha degradado hasta convertirse en escenario de épicas menores: un idilio, un viaje, un desastre.
Yo resisto desde Cantabria, por capricho y estrategia: pocas regiones permiten el lujo de leer en el punto exacto de temperatura. Mientras otros se entregan a terrazas —donde todo se sirve con bengalas—, yo me reclino, literal y moralmente, sobre mis autores de combate.
Highsmith inaugura la temporada con su brutalidad. Me reconforta leer sobre asesinatos discretos mientras tomo ideas frente a esa familia de Valladolid que parece no haber visto una ola en su vida. Ripley, ese dandi homicida, me recuerda que el estilo sigue siendo una coartada válida para unos cuantos elegidos. Él asesina; yo hojeo. Ambos impunes.
Después llega Ignacio Peyró, cuya prosa está diseñada exclusivamente para quienes saben la diferencia entre una sotana y un hábito, y han frecuentado funerales con más gratitud que bodas. Sus frases exigen atención: la reclaman con guante. Que no entiendan su humor es parte de la criba.
Para no volverme enteramente insoportable, me permito a Nora Ephron. Pero incluso su ironía —que es formidable— me resulta demasiado neoyorquina. Aun así, le reconozco el mérito: escribe como quien ha salido viva de varias cenas con periodistas, es decir, como una sobreviviente con brillo de labios.
Gay Talese —Bartleby y yo— llega cuando el día amenaza con volverse útil. Es conmovedor —y corrosivo— ver a un caballero en retirada, testigo de una época dorada, escribiendo desde el mármol. Talese habla de redactores, de tipos anónimos, de Sinatra y de obituarios vivos. Su lectura requiere chaqueta y compostura: sin bañadores, sin bermudas, y, desde luego, sin disculpas.
Y si el tedio aprieta, me queda Sustrato, donde aún se puede leer sin que te traten como un consumidor, sino —rarísima cortesía— como un lector.
Escritores, personajes e historias elegantísimas. En mi verano no hay redención; hay raya diplomática, crímenes sin remordimiento, y hombres que jamás pronuncian brunch. El resto, que se entretenga. Yo ya he elegido bando.