El verano de verdad sucedía antes. Desde entonces la vida ha cambiado y mucho, uno no sabe si para bien. Alguien dijo ‘’de la vida fácil no te vas, te echan’’. Un desahucio en toda regla, así, sin anestesia.
Los que nacimos en el norte tenemos en general un problema con el verano. Lo reclamamos cuando estamos en el Cantábrico y lo detestamos hasta el frenesí cuando vivimos en zonas demasiado cálidas, y se alarga hasta noviembre. Es una especie de amor – desamor, de esos que nadie entiende y, en los que todo el mundo sale malherido.
No me malinterpreten, el verano estaba bien antes, cuando aún íbamos al colegio y solo nos preocupaban cosas menores como hacer creer a nuestros padres que hacíamos trabajos escolares. Un padre no necesita la verdad, solo quiere verte ‘implicado’ en algo. Los veranos de antes consistían en una sola cosa: reunirse con amigos. Veranos largos de noches en las que incluso había que taparse y que acababan en promesas de eterna amistad o noviazgos sin pretensiones otoñales.
El verano era una femme fatale, suspirábamos para que llegase para luego despedirnos de él mientras se iban enfriando sentimientos y nos reencontrábamos con la realidad en forma de jungla de asfalto. Todo era épico, hasta la forma de volver a casa.
Septiembre en cambio era el mes que todo olía a viejo. A ropa guardada, a cambios de armario, de rutina. El mes en que volvíamos contando nuestras batallas, a saludar a quienes creíamos olvidados. Septiembre es un mes curioso, aún es verano y nos empeñamos en hablar del otoño como si de verdad existiera.
Siempre me he empeñado en describir septiembre como el mes del reencuentro, con los amigos de clase, los haters, sí, ya había en mi época y con las obligaciones. El mes que volvíamos a los pantalones largos y a las normas estrictas en casa. Con el tiempo, mejor dicho, con el paso del tiempo, septiembre significa muchas otras cosas para mí, pero ya ninguna de éstas.
Septiembre ya no es hipnótico, no espero regresos ni reencuentros como aquellos, ahora son incluso agotadores y forzados. ¿Habéis probado a organizar una cena de amigos sobrepasados los 40 años?
El final del verano y septiembre significan para mí algo así como, cuando sabes que no y aún así te quedas a ver qué pasa.
Ahora solo significa cambios de dieta, la vuelta al gimnasio que casi nunca llega a tiempo, salir huyendo de reuniones anodinas y acostarme a horas decentes. ¿La madurez era esto? Aunque pueda sonar nostálgico, siento que, septiembre ahora es peor, menos ilusionante porque vamos tan cargados con nuestros día a día que apenas recordamos qué es vivir plenamente. Arriesgamos menos y cambiamos amigos por dormir un poco más.
Ahora en pleno mes de marzo dan ganas de disfrutar como aquel septiembre de nuestras vidas, salir a pasear sin mirar la maldita hora o el correo y pensar en un mes de septiembre que una vez nos ilusionó.
¡Sean felices!