Nos piden distancia, que la guardemos y eso es justo lo que no sabemos hacer. No estamos diseñados para dejar de tocarnos.
Siendo la crisis del coronavirus extremadamente grave, sin duda estamos asistiendo a cosas bastante peores estos días. Ignorancia, falta de empatía, consejos sin tener idea y un consumismo desaforado sin pensar en los demás.
Una sociedad se mide por estas cosas, no miremos para otro lado, no justifiquemos las medidas tarde, los consejos absurdos y la falta de solidaridad.
Desde que el mundo es mundo siempre hemos estado a punto del desastre por una cosa u otra. Desde bélicos, pestes o naturales, provocados por nuestra propia miseria
Roland Emmerich siempre fue el mejor narrador del fin del mundo en el cine. Sus cintas son puro odio a la humanidad y a una sociedad en pura decadencia y que con un simple resfriado sería capaz de extinguirse o de estar al límite de hacerlo. Si no explota, no es Emmerich. Un visionario.
El coronavirus no es justo, no parece justo, la verdad. El ser humano es puro compromiso frente al desastre, aunque antes de que todo esto ocurra hemos vivido obsesionados con no repetirlos de cara a la opinión pública pero no de cara a la realidad, no viviremos una III Guerra Mundial ni sus consecuencias, pero desde la Segunda no hemos dejado de matarnos.
La comunidad y su sacrificio por obviar muchas cosas es encomiable, aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Dejamos los supermercados vacíos de existencias que nunca nos dará tiempo a consumir, pero miramos por encima del hombro a quienes huyen de guerras creyendo que nos quitarán algo que no es del todo nuestro.
Durante estos días asisto estupefacto a comentarios, reacciones, medidas, quejas e insuficiencia de personal competente para resolver un virus que nos ha puesto en jaque. Mientras unos atizan a gobernantes o ex gobernantes y sacan pecho, otros aprovechan la situación para prometer lo que presuntamente harían. No sé ustedes, pero creo que merecemos algo mejor. Da igual cuando lean esto.
Dicen en Italia que a nuestros abuelos les pidieron ir a la Guerra, en cambio a nosotros sólo nos piden quedarnos en casa.
Tienen razón, nadie nos ha pedido ir a una guerra, no sabríamos qué hacer en ella, como tampoco sabemos estar sin tocarnos, sin hablar a medio metro de amigos en un bar, sin gesticular a centímetros del hombre del quiosco de prensa, no podemos para en casa sin ver a los nuestros, es nuestro carácter lo que está en juego. Saldremos de esta, volveremos a repetir errores y fracasos, volveremos a reírnos, a besar, a tocar, a odiar y no tener distancia de seguridad.
Somos así, ahora toca quedarse en casa y cuidar de nosotros y de los demás, en definitiva, es todo cuanto tenemos.
¡Sean felices y por favor, cuídense!