Paseaban como esa coreografía involuntaria que solo tienen las parejas que han leído lo mismo, discutido lo justo, perdonado lo suficiente y empezado a viajar cuando no se subían fotos de todo.
No se parecían a nadie de ahora.
Por eso gustaban.
Juntos sumaban una escena de esa película donde no parece pasar mucho, pero uno no puede dejar de mirar. Hipnóticos por aura, no por argumento.
Parejas así no surgen: se hacen. A base de tiempo, de ciertas renuncias, de silencios bien llevados.
Y de respeto, del de verdad: el que no se subraya.
Encajan.
Como una canción buena incluso en un bar vacío. Literal y emocionalmente.
Y uno quiere encajar así.
No en una relación perfecta, que eso dura poco.
En un gusto compartido que aguanta estaciones, mudanzas y domingos con lluvia.
No brillan en verano.
Son una postal.
No combinan ropa, combinan tono.
No van a la moda ni a contracorriente.
Parejas que no arrastran al otro, caminan al lado.
Que recuerdan.
Que están.
Como quien ya lo sabe todo.
Del amor. Del tiempo.
Y de Disney antes de Marvel.
Por eso gustaban.
Y porque, en el fondo, uno siempre quiere parecerse menos a sí mismo. Y un poco más a ellos.