Lo libres y felices que fuimos aquel verano.
Solo necesitábamos lo imprescindible: playa, amigos y aftersun.
No es que fuésemos previsores; simplemente no podíamos dormir por la piel quemada. Jóvenes y un poco imbéciles, pero no tanto como para olvidar el bálsamo mágico tras abrasarnos constantemente por el sol.
Ahora, en cambio, no contamos con el lujo del tiempo. No nos quemamos, pero por distintos motivos. Cambiamos sol por sombra; en definitiva, no somos los de entonces.