Quizá el secreto de la madurez sea solo recordar cuándo jugar con un piano y cuándo pagar la renta.
Mientras tanto, por el camino descubrimos infinidad de cuestiones, para cuando las hemos entendido todas, suele ser demasiado tarde. Es entonces cuando queremos hacer el camino a la inversa, además de ir con prisas, solemos quedar en ridículo.
Tengo aquella misma sensación de Tony Soprano, que llego tarde a todo. Hay cuestiones que no se rompen ni con el tiempo. Qué les puedo decir. La curva de aprendizaje en la vida es una autopista para algunos y una comarcal para otros.
Soñar es la manera de transformar un lienzo en blanco en arte. El virtuosismo puro más poderoso que existe. Es también la forma en que resistimos, un refugio donde el tiempo deja de ser una amenaza.
Se acercan los días cortos y las noches interminables, las luces tímidas de diciembre que titilan como si se esforzaran por seguir encendidas. Hay algo de redención en este mes, en su promesa de comienzos, en su obstinada esperanza de que algo puede cambiar. La vida, de repente, parece estar envuelta en papel dorado, con sus pliegues imperfectos y sus cintas que nunca quedan del todo bien.
Pensamos que el tiempo perdido es irrecuperable, pero quizá nos equivoquemos. Tal vez no sea cuestión de recuperarlo, sino de encontrarle un nuevo significado. De vivir con menos certezas y más fe en que lo esencial sigue aquí, latiendo bajo la piel de cada día.
A veces basta con mirar una ventana iluminada en la distancia para creer que, incluso en este mundo cansado, aún hay calor esperando. Que podemos llegar tarde a muchas cosas, pero no a nosotros mismos. Y que, aunque diciembre nos despida con manos frías, siempre existe la posibilidad de comenzar de nuevo. A fin de cuentas, la vida es ese piano al que volvemos, tocando con torpeza y pasión, buscando acordes que nos hagan sentir en casa.