Con los años, todo se vuelve menos elástico. No les hablo ni del corazón ni de la paciencia. Hay ciertas cosas que, una vez que se pierden jamás regresan
El paso del tiempo logra que todo o casi todo se endurezca, que tomemos menos decisiones basadas en sentimientos. A veces, creo que nos volvemos tan fríos como una aseguradora, ¿madurar era esto?
El ser humano y por distintas razones adopta un curioso sentido de la supervivencia, a cierta edad nos volvemos adictos a decir no y a cerrar puertas.
García Márquez sostenía que nadie debe conocer su sentido mientras no haya cumplido cien años. Conocer el porqué hacemos las cosas o porqué estamos aquí podría ser útil, pero impediría que cometiéramos errores, que experimentáramos y aprendiéramos, que nos ilusionáramos y, en definitiva, que viviéramos.
No se engañen, es una auténtica contradicción tratar de vivir y de controlarlo todo. Elijan: una cosa u otra.
No hay nada como sentir de verdad lo que estás haciendo. Esta manera de auto-moldearnos nos aprieta y nos gusta a grandes rasgos.
Nunca un mar en calma albergó nada nuevo. Las nuevas y flamantes sensaciones aparecen coincidiendo con la llegada del otoño. Cuando el frío ya nos cala hasta los huesos se van calmando, y con la puesta en escena del invierno apenas quedan restos de lo vivido durante el verano.
Deberíamos saber que no importa lo que esperamos ni lo que merecemos, solo importa lo que conseguimos. Amor por dar, puertas por cerrar, perdonar, no perder la esperanza. Todas, en definitiva, esas cosas que tenemos guardadas como pendientes en una lista.
Puede que hayamos acabado por arrojar la toalla, pero el presente siempre nos ofrece la posibilidad de seguir siendo elásticos.