El café es la mejor forma de iniciar el día. Incluso hay noches que me acuesto fantaseando con la humeante taza de café del día siguiente. Y así es como la vida conspira para ofrecerme pequeñas e insanas alegrías. Insanas porque he tratado de reducir el número de tazas a solo tres. Mis nervios lo agradecen, soy el clásico adicto que hay en toda familia, en cada barrio. La oveja negra con adicciones, no entiendo porque Atresmedia no hace una serie sobre ello.
Hay personas que dicen que el mar lo cura todo, o casi todo. A mí denme café y un cigarrillo. La vieja publicidad de Mad Men basada en Lucky Strike me sigue llegando. El café me quita el estrés, al igual que los libros, la play station y una serie de HBO. Puedo estar lejos del mar un tiempo, pero no de una Nespresso o de un Starbucks.
En la vida hay aspectos innegociables, uno es empezar con café, el otro es no hablar de política ni de actualidad. No soy muy fan de emocionarme, ni de estar todo el día con spotify, el precio de una mañana productiva es alejarme del ruido y, es que puedo ser creativo en un espacio concurrido, pero me descentro con la radio o con una playlist.
Pertenezco a ese grupo de personas que hacen de su vida una profunda contradicción. Soy un ser humano de poca monta y sin valores tradicionales salvo por el café.
La vida va de ser un poco más feliz cada mañana o al menos de tratar de serlo, lástima que según avanza el día, el listón vaya bajando. Las consecuencias, son que a mediodía solo quieres que llegue la noche y dormir. Siganme para más frases de motivación.
La mañana tiene su particular fragancia, el día empieza con olor a pan tostado, salvo que tengas un estomago particular como el mío, y no soportes la comida hasta mediodía, pero soy un caso perdido y vosotros sois gente de bien o al menos, personas normales. ¡Quién pudiera!
En los cafés suelen pasar cosas muy interesantes, no digo que, en todos, siempre hay niveles de cafés que juegan en una Liga aparte. Con el debido respeto, no es lo mismo el Café Dante o el Ginger & White que la cafetería del polígono industrial desde donde les escribo ahora. No trabajo aquí, tengo clientes y para mi desgracia tengo que venir de vez en cuando, pocos sitios ahogan tanto la creatividad como este.
Los cafés de la Nouvelle Vague, un bistró con encanto donde siempre podrías encontrar el amor, una recomendación de un libro o conocer a un pintor venido a menos. La vida es mejor en un café y en el cine, incluso el drama tiene su aquel si la fotografía y el guion son buenos.
Os cito un ejemplo; descubrí a John Cheever en el café Ginger & White de Hasmpstead, al lado de mi de curro en Londres durante años. Aparecía cada día o cada dos días con un libro diferente, soy un lector ávido, pero no tanto, así que eso solo podía significar una cosa: no encontraba una lectura que me enganchara lo suficiente. Una camarera increíble, llamada July se me acercó un día para decirme mientras me servía mi segundo café -Tienes que leer a Cheever- .
Hay pocos sitios que representen para mí, tanta nostalgia como el Ginger & White en Perrins Court, Hampstead. Sigo añorando la plácida calle donde está ubicado, su pequeña, pero cálida y coqueta terraza, un domingo cualquiera mientras me tomo dos Caffé Latte a su estilo ‘We don´t do Grande’.
Hablaba Javier Aznar en su fabuloso artículo Cerca del mar para Vanity Fair sobre el final de Don Drapper, o de Mad Men, siempre confundo de quien es el final. Se va desprendiendo de todo lo que le sobra; sus muebles, su ático junto a Central Park, su infeliz matrimonio, las reuniones improductivas, el dinero y hasta su Cadillac. Cambia todo por un retiro espiritual en California, cerca de un acantilado, junto a un mar de azul intensísimo. Y se le ve, al final, feliz. A mí, búsquenme en un café en París, por favor, o en Roma, o búsquenme en el café Dante o en el Ginger & White.
No disimulo nada, tomo demasiado café, trato no escribir desde la nostalgia, ni sobre los necios sufrimientos y la penosa búsqueda de mi lugar en el mundo. Háganme un pequeño favor, olviden el ignominioso detalle de que, les escribo estas líneas desde un decadente café que no es por asomo el mío.
¡Sean felices!