Los clásicos son piezas imposibles de mejorar. Sencillamente almas grandes creadas con material indeleble. Un legado artístico que nos enriquece y nos diferencia de las bestias. El arte es libertad por encima de todo.
Tener una opinión clara no nos convierte en expertos, pero sí puede cegarnos. Juzgar la historia desde la comodidad y sobre todo desde un contexto favorable está siendo el último baile para muchos, una moda que no tiene nada de nueva.
Hacia 1938, los nazis comenzaron una operación singular que afectaría a la historia y no les hablo de todo aquello que ya saben. A partir de la Noche de los Cristales Rotos comenzaron a despojar de obras de arte a las familias judías. Ventas coaccionadas, confiscaciones y robos en la más absoluta impunidad. La Alemania nazi manejaba como nadie la propaganda y la escenificación obscena de lo que consideraron arte degenerado. Hay cierto paralelismo con la quema y condena de obras en la actualidad. Juzguen ustedes mismos.
HBO se desmarcaba esta semana de la emisión en su plataforma de streaming de Lo que el viento se llevó, horas más tarde y ante la crítica social iniciada en Twitter, volvían a incluirla en su catálogo de cine clásico con una advertencia sobre racismo.
El filme ha sobrevivido de momento a las críticas feroces. Mezclar el brutal asesinato de George Floyd a manos de la policía con el arte, es cuando menos lúgubre. La ignorancia no conoce límites.
Volviendo al arte degenerado, los nazis empezaron robando a manos llenas obras de arte en museos de Alemania, más tarde extenderían su política hacia las zonas invadidas. Goebbels hizo una quema pública de algunas obras: cuadros y libros, posiblemente de menor valor.
En 1943 Roosevelt acepta crear la Comisión para la protección y recuperación de obras de arte en zonas de guerra. La Comisión Roberts, de ella sale la sección Monuments Fine Arts Archives, también conocida como Monuments Men.
Durante el Tercer Reich, un grupo reducido de ocho hombres hizo algo enorme por la historia, la cultura y la libertad. Armados a penas con una orden escrita por Eisenhower, trazaron un plan salvador por media Europa para impedir que se destruyera ningún monumento del legado artístico y que los nazis no se apropiaran de las obras más valiosas para sus colecciones privadas y para la venta de otras con el objetivo de seguir financiando su invasión del mundo libre.
Un ejercicio inédito. El ejército ganador no se llevó el botín a su casa, lo devolvió al pueblo.
Un pueblo que, hoy juzga a Churchill y a Lincoln. Lo que el viento se llevó o Woody Allen son un tabú, una especie de mezcla que cabe en la trituradora de la superioridad moral. Ver para creer.
No le hablo para nada de gustos o temáticas, les hablo del noble arte de censurar todo aquello que no representa a un individuo o a toda una generación. Prohibir el arte, una vieja película, un diálogo de Bogart o un artista como Elia Kazan, mientras se premia lo políticamente correcto no es mucho peor que destruir un cuadro de Durero o quemar libros que atentan con lo que no entendemos como sociedad hoy.
La libertad se basa en dejar un libro a medias, respetar la opinión ajena, pasar de una película porque nos parece absurda, machista, o poco inclusiva. Y, entender que lo que no es bueno para uno sí puede serlo para el resto.
Estamos demasiado empeñados en estandarizarlo todo. Un prisma ignorante, tendencioso y peligroso. No lean si no quieren, no aprecien lo que hizo Churchill por Europa, invéntense nuevos héroes y plásmenlos en camisetas con mensajes vacíos, pero dejen de juzgar lo que un día hicieron los demás por todos nosotros, en definitiva y les hablo por mí, no le hemos empatado a nadie en nada.
¡Mientras tanto, sean felices!