La verdad no es un chaleco salvavidas. Todo se vuelve absurdo cuando nadie tiene la razón, pero se empeñan en defender la idea de que la tienen. Una huida hacia delante que no contenta a nadie y que lo empaña todo.
2020 se ha presentado como un filme de tintes apocalípticos. Tiene de todo: una pandemia, crisis económica, revueltas raciales, tiranos y algo más: una escandalosa división de las personas por cualquier cosa.
El mundo se ha vuelto un lugar endeble donde la verdad apenas importa. Lo esencial es contar algo el primero, lo que sea, para después repetirlo hasta la saciedad, de ahí los bailes de cifras.
Estamos en el aniversario del Día D. La Operación Overlord, efectuada por los Aliados y que culminaría a finales de agosto con la liberación de los territorios ocupados por los nazis. Piensen en la enorme y sustancial diferencia de aquellos días con respecto a la actualidad, ellos eran Aliados, nosotros individuos incapaces de respetar el sentir ajeno ni la distancia social.
Durante algún tiempo alguien como yo intentó entender a los demás y, el significado de sus opiniones y actos, no se equivoquen, ni me sobra ni derrocho empatía, tampoco hago una encuesta sociológica. Mis atributos en sociedad dejan bastante que desear, siempre fui por libre y nunca me gustaron las corrientes de opinión. Hace tiempo que dejé de poner en los zapatos ajenos, tal vez desde el día en que dejé de creer en la independencia ideológica y noté que solo seguían el mandato divino de quienes piensan como ellos, sin importar si hacen lo correcto o si sencillamente les cuentan la verdad.
La sociedad actual está lejos de compararse con la de la Segunda Guerra Mundial, contextos completamente diferentes, aunque el enemigo en esencia, sea el mismo. Nada ha cambiado: personas empeñadas en tener siempre la razón sin tratar de llegar a ningún acuerdo.