Uno es feliz a los veinte, solo a los veinte, entiendan por los ‘veinte’ el no haber cumplido la treintena. En los felices años veinte reina la ignorancia, la ausencia de miedo y de responsabilidad. A partir de ahí, el camino se va empinando y nos faltan oxígeno, fuerzas y sobre todo ganas de arriesgar.
La vida comienza al revés, al llegar a cierta edad uno comprende que quiere un filete de carne de primera y bien servido, lejos quedan los días de playa donde una cerveza le daba sentido a todo.
Escribía Enric González que el envejecimiento trae consigo la duda, el cinismo y la decepción. Añado que además de eso, trae la peligrosa zona de confort, uno va cambiando ideales por comodidad y por objetos que nos dan una pátina de fingida satisfacción personal.
La vida es una carrera engañosa, un juego de ida y vuelta que nos pone a prueba constantemente, la vida no puede explicarse salvo que uno tenga la costumbre de mentir e inventarse una realidad paralela.
Todo lo que sé de vivir plenamente lo aprendí muy pronto, luego llegan las obligaciones, la moralidad del hombre y el madrugar. Uno se convierte en ciudadano de primera a base de sacrificar ocio en general, a los treinta se nos supone un equilibrio e ir con prisas a todas partes, ¡madurar era esto!
Los de mediados o finales de los 70, somos hijos de padres divorciados, crecimos malcriados, caprichosos, déspotas y culturetas. Veíamos poca tele y jugábamos en la calle hasta que solo uno quedaba en pie. Toda una generación de ‘hooligans ilustrados’ a la sombra de unos padres que querían vivir mejor
Orgullo y prejuicio con miles de páginas por escribir, creíamos tener un abanico de posibilidades abrumador, íbamos para estrellas del rock, íbamos a ser libres y felices, luego resultó que el abanico no eran más que inmensas posibilidades de estrellarnos.
Al final, los grandes proyectos también fracasan, las palabras que llenan los éxitos residen en cómo se cuenten, ya saben eso de que cada uno cuenta la feria según le va. Hace unos días supe de un viejo amigo por casualidad, de esos tipos que en la facultad solo asistían a saraos, tenían una agenda plagada de contactos de todo tipo, tenías un problema y te lo resolvía. Un Tony Soprano adelantado a su tiempo. Me asocié con él en varias fiestas de nochevieja, creíamos ser los Amos del Dogtown, incluso puede que lo fuéramos, un tiempo, claro.
Perdí su pista hace más de una década coincidiendo con la entrada en escena de plataformas como Facebook que te localizan cualquier cosa en apenas segundos. Primero me dijeron que había estado en Houston, después en San Diego, durante mi etapa en California jamás supe de él y juro que lo intenté, cosas que pasan.
Más tarde regresé a Londres sin poder dar con él, algún directorio de internet me decía que había sido gerente de un grupo inmobiliario y socio de una cadena de restaurantes de comida rápida, datos imprecisos y atropellados.
No volvía a pensar en el tema hasta que hace unos diez días supe la verdad: ni Houston, ni San Diego, ni el sueño americano, ojalá hubiese sido cierto. Su vida se había convertido en entrar y en salir de centros de ayuda de todo tipo y la realidad hace tiempo que había abandonado su cabeza, supongo que otra estrella del rock que muere en la orilla. Sentí pena, mucha pena.
Por eso creo que a la vida no deberíamos pedirle tanto, el éxito también reside en entender simplemente de qué va todo esto.
La vida debería ser al revés, se debería empezar muriendo y así ese trauma está superado, luego te despiertas en una residencia mejorando día a día… Después te echan de la residencia porque estás bien, y lo primero que haces es cobrar tu pensión. Luego trabajas 40 años hasta que seas lo bastante joven como para disfrutar de tu retiro laboral, entonces vas de fiesta en fiesta, bebes, practicas sexo y te preparas para empezar a estudiar. Luego empiezas el colegio, jugando con tus amigos sin ningún tipo de obligación, hasta que seas un bebé. Y te pasas los últimos meses flotando tranquilo, con calefacción central, servicio de habitaciones, etc. Y, al final abandonas este mundo en un gran orgasmo. Quino
¡Voy por mi pastilla de cianuro, ahora vuelvo!