Somos cada segundo de lo que fuimos, de cada momento vivido, de cada persona que ya no está.
Qué fácil se ve todo en las fotos. Todo llega a ser perfecto, armonioso y eterno. Hemos empezado a comprender que la realidad que percibimos es el imperio de lo efímero, poco importa más allá del momento y que solo estamos a salvo en nuestra conciencia, en nuestra memoria fotográfica.
Nuestras fotos de paisajes, lugares donde viajamos una y otra vez al pasado nos recuerdan quienes fuimos una vez. Las fotos nos hablan y cuando lo hacen, utilizan frases y expresiones sobreentendidas, incluso cuando no las revisamos en nuestro ‘feed’, nos hablan a distancia.
Viejos álbumes que luchan contra el paso del tiempo. Viejos rostros, personas que ya no están en nuestra vida, momentos que no volverán a hacernos sentir lo mismo y la esperanza de que aún somos jóvenes aunque sea en el recuerdo de alguien. En las fotos hemos dejado las tensiones, la sonrisa y la paz donde ahora se ahoga el silencio.
En una foto todo parece sencillo, una especie de lugar donde volver a buscar lo que necesitamos de nuevo, ese lugar donde se encuentran aquellos que buscan y no hallan, el consuelo de un viejo anhelo, la intrahistoria del recuerdo volátil y pasajero.
Una foto, en suma, es donde fuimos generalmente felices. Un público entretenido, voces alegres, brindis por cualquier cosa, gestos amables e incluso un beso. El ser humano está hecho de recuerdos, de sitios, de personas y de momentos en los que ha estado.
He visitado algunos países para acordarme de todo, nada es imposible excepto retener en la memoria lo que no queremos olvidar, créanme que es imposible. La memoria nos confunde y nos miente, ya lo decía Ray Loriga <<La memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa>>.
Hay cosas que he conseguido desterrar de la memoria y que nunca guardé entre las fotos, si uno es listo o hábil será capaz de cambiar o de sustituir recuerdos negligentes y difíciles por expresiones más amables pero los recuerdos no se seleccionan a través de fotos, solo mueren con el paso del tiempo y así vamos trampeando como podemos el temporal que a veces nos asola la memoria. Acudimos a un álbum en Instagram donde aparece el título de la ciudad, pero ahí no andan todos los recuerdos, solo los buenos, los seleccionados, aunque sabemos que todo es mentira. No pusimos todas las fotos a veces por miedo, a veces por no destacar a personas a las cuales no veíamos para siempre en nuestras vidas. Así somos, olfateamos lo que sabemos que puede pasar o que sin duda va a pasar.
Los recuerdos que aparecen en nuestro Facebook, en nuestra memoria o en el carrete de nuestro teléfono son meras expresiones publicadas que a veces nos obligan a borrar y que nos duelen, vaya si nos duelen. La conciencia saturada y devastada sí es consciente de que todo es efímero, de que en una foto aparentamos que todo es sencillo y perfecto y sin embargo no refleja que todo no está capturado y sí perdido.
Soy plenamente consciente de que, en mi caso, una vez o miles de ellas creía saber que algunas fotos no verían nunca la luz. Las personas, la memoria, los miles de recuerdos que se agolpan en tardes de domingo vacías de belleza sí que permanecen fieles en la retina, aunque borremos cien mil fotos.
El efecto casi nulo de lo opinado, de lo vivido es un territorio de dudas que se sostienen y se extienden entre los pocos o muchos recuerdos que creemos casi perdidos, casi borrados.
Una foto, es, esté o no ya entre nosotros algo sencillamente difícil de borrar. Pueden estar en desacuerdo o pueden simplemente dejar que pase el tiempo hasta poder visitar de nuevo aquel álbum que se titula, pongamos como ejemplo, París.
¡Mientras tanto, sean felices!