Lo que no decimos nunca no arde, quema y es el peor de todos los males, de todos los incendios.
El silencio es sin duda el mejor medio para pasar desapercibido. Un ‘lugar’ que nace con el propósito de que otras personas no pongan palabras en nuestra boca o simplemente, de que no se apropien de nuestras frases o ideas, tampoco de opiniones. Opiniones que después de hacer suyas arderán en cualquier hoguera.
Supongo que es inevitable, el pueblo convierte la propiedad intelectual de un tercero en una Juana de Arco para devolverla convertida en Atila. No exagero, miren a su alrededor en cualquier red social, en cualquier bar.
Uno quiere lo imposible hasta que lo tiene, entonces se busca un nuevo pasatiempo o una nueva idea ajena que defenestrar, algo tan antiguo como humano. Lo curioso de esta forma de comunicación es que es más probable hablar de nada que de algo. Una pátina que deslumbra.
No quiero hablarles sobre silencios incómodos, sobre visillos que no descorremos y así evitar que entre la luz. Sólo quiero contarles que mi silencio, a veces no es para mostrar como soy, sino como querría ser.
El mundo no está preparado para que nos desnudemos de verdad, sólo para desnudarnos y que nos vean tal y como quieren vernos.La desnudez, la verdad, las opiniones o el silencio escandalizan. Las personas están preparadas para ver alto contenido sexual o violencia, pero no para saber qué pensamos en realidad o porqué callamos.
El silencio, el mío en particular no es el bar de la esquina, ni una charla entre amigos, es una farola que parpadea en mitad de una noche. ¡Cuántas cosas nos callamos creyendo que el silencio es nuestra idea de esperanza!
Los márgenes de lo normal, nuestra percepción de las opiniones, el interés por lo que piensa el de al lado siempre ha fascinado. La vida, la oscuridad interior ajena despierta la curiosidad, cautiva y transforma nuestra propia conducta hacia el prójimo. La antropología, la sociedad, la sociología o el vecino orientan sus miradas hasta convertir nuestra opinión en su Gran Hermano particular. Todos viven queriendo saber qué ocurre en nuestra cabeza.
Saber callarse significa ser peculiar. Decía Javier Cansado <<expresarse con absoluta libertad es soportar que esa libertad permita que otros te digan cosas que agreden>>.
Permítanme que les diga que la clave para que nadie arruine una opinión sobre cualquier tema y salir silbando como en La Gran Evasión será sencillamente: no mojarse. Una especie de Omertá.
A David Gistau